El golf uruguayo sufre la pérdida de un amante de nuestro deporte, alguien que vivió en comunión con las canchas donde lo practicamos. El Ing. Enrique “Quique” Muñoz supo poner su sello profesional en todos los clubes donde trabajó y su don de gente con las personas que colaboraron con él. Amaba lo que hacía y se notaba.
Tuvo activa participación durante muchos años en las tareas de diseño, mantenimiento y preparación de la cancha del Club de Golf del Uruguay en Punta Carretas, buscando siempre cuidar el espíritu de su diseñador, el legendario Allister McKenzie. En esa tarea acompañó al Ing. Carlos Mattos Moglia y su hijo Diego Mattos, con quienes durante muchos años asumió la responsabilidad de mantener un campo icónico para nuestro país. Con ellos preparó la cancha para los Abiertos, los torneos de la PGA Latinoamérica y el Sudamericano Copa Los Andes. Junto con los Mattos, fue impulsor de la instalación del riego automático, obra que quedó inaugurada en 2008.
Para Diego Mattos, Muñoz “era un soñador, sabía ver más allá que los demás golfistas, empezábamos un trabajo en verano y sabía perfectamente cual iba a ser el resultado, en mi vida conocí muy poca gente que amara tanto lo que hacía.”
Así, en Punta Carretas, hizo sus primeras armas. Según este artículo, una vez le comentó al Ing. Ricardo de Udaeta, Director de Canchas de la Asociación Argentina de Golf, quien visitaba periódicamente el club por consultas, “que buen trabajo tenés, te has especializado y has logrado reunir el deporte que más amas con tu profesión”. Udaeta no demoró en contestarle, “Quique, nunca es tarde para empezar, solo tenés que animarte.”
Quique se animó y fue co-fundador, directivo y capitán de La Tahona Golf club, proyecto liderado por Leandro Añon y Enrique García de Zuñiga, que ha sido un suceso inmobiliario además de cuna de muchos golfistas destacados en Uruguay. Se animó además a importar equipos y tecnología para mantener campos de golf, con su empresa Greener, lo que significó una importante contribución al golf uruguayo en general.
Para Añon, Quique Muñoz estaba hecho “de una madera que ya quedan pocas. Serio, profesional responsable, severo a veces, un vasco duro, pero con una ternura, corazón de oro, y una moral intachable.”
“A fines de 1992 empezaron las primeras conversaciones, los accionistas buscamos un equipo para la cancha. De las propuestas que se presentaron, la única de profesionales uruguayos era la de Jorge Armas y Enrique Muñoz. Ahí me lo presentó Jorge. Desde el primer momento fue el alma mater con Jorge del diseño de la cancha. Era un diseño conservador, usábamos los movimientos naturales del suelo. Quique estaba vinculado a gente de la USGA, una vez nos trajo un americano que nos dijo “ustedes tienen millones de dólares de movimiento de tierra ahorrados, se lo regaló la naturaleza”, continuó Añon recordando a su socio y amigo de casi 30 años.
Siendo La Tahona una Sociedad Anónima y no un club con el formato que conocemos, Enrique integró el primer Directorio, que lo nombró capitán de la cancha, cargo que honró hasta ahora. Según su mujer, Rosario, “La Tahona es como un hijo más que vimos crecer”.
La sociedad Armas – Muñoz siguió haciendo canchas de golf, hicieron la cancha Par 3 de Altos de la Tahona. Jorge estaba en diseño y Quique más en la parte técnica, pensaba en las lomadas, en el diseño de las bancas, desde un punto de vista de mantenimiento futuro. Jorge era más bohemio y artista, con lo cual se complementaban muy bien. Hicieron los primeros 14 hoyos la cancha de Bulgheroni en Garzón, y la cancha que tenía Julio Bartol en Solis, en su chacra, que tiene 7 greens.
En el golf, es muy difícil poder echarle la culpa a alguien si uno juega mal, el mal score es resultado del mal juego y punto, no hay injusticias. Aun así, en torneos importantes, a veces aparecían quejas (casi siempre sólo de los que jugaron mal) sobre algún aspecto del campo, si las bancas, la velocidad de los greens o la altura del rough. Mattos recuerda una frase de Enrique para esas ocasiones: “trabajamos con un ser vivo como es la cancha, que es atacada por seres vivos, hongos, insectos, hierbas, pero los peores son los seres humanos que la juegan y no la cuidan”. A su vez Federico Armas, sobrino de Jorge, recuerda su clásica respuesta a críticas sobre el rough o las bancas, “si vas por el medio del fairway no te pasa nada”.
La actual directiva de la AUG se acercó a fines de 2020 a Enrique, para pedirle consejos sobre mejoras y mantenimiento de la cancha del Club de Golf del Cerro. No era la primera vez que Muñoz ayudaba el Cerro, llegando incluso a conseguirle máquinas para su operación. Junto con nuestro presidente Pablo Faget y los directivos del Cerro, Carlos Eguia y Hugo Medina recorrieron los 18 hoyos. Enrique se sorprendió del buen estado de mantenimiento en relación con los escasos recursos con que cuenta el club(“están haciendo magia”, les dijo) y desde su “corazón de oro”, con un gran cariño por el club, elaboró una serie de recomendaciones y prioridades para mejorar la cancha más antigua del Uruguay. La más inmediata fue la eliminación de un árbol contra el tee del 3, cuya sombra impedía el crecimiento del pasto en el green del 6, y algún álamo. (“Hugo, álamos en una cancha de golf no hay, cortalo”). Hoy ese green cambió radicalmente y dejó de ser un problema para el Cerro.
Desde el Consejo Directivo de la Asociación Uruguaya de Golf, homenajeamos a Enrique Muñoz, acompañamos a sus familiares y amigos en este doloroso adiós a un apasionado del golf, un caballero en todas las canchas.
El Chivito Muñoz
Según Marcelo Tobler, de la secretaria deportiva en La Tahona, Enrique tenía una rutina, los viernes. Luego de recorrer la cancha y ver los últimos detalles para tenerla preparada para el torneo del fin de semana, con Marcelo se iban a almorzar al bar del club e invariablemente Enrique se pedía un “chivito, con todo lo que tiene un chivito, pero sin pan”. “Un chivito al plato? “, respondía la moza. “No, un chivito al pan, pero sin pan”, y ahí venía toda una explicación de cómo debía hacer el chivito, para cumplir con esa condición, que no era lo mismo que un chivito al plato. Para postre siempre pedía “dulce de leche con flan”, otra digresión culinaria que hacía levantar los ojos a las mozas del bar. Una vez que logró explicar a todos los mozos como era el chivito al pan sin pan, quedó ya instaurado como el “Chivito Muñoz”.